-¿Te vas a bajar o te quedas?- me pregunta mientras se acomoda la chamarra que lo protegió del frío la noche anterior. -Tú eres el que conoce aquí- contesto mientras pienso para mi -¿que si me voy a bajar? ni modo que me quede acá sola, se supone que vine contigo- Me pongo los zapatos, tomo mi bolsa y lo sigo fuera del camión.
Eran pasadas las seis de la mañana, cargaba con un sueño atrasado de hace ya varios días. Un largo bostezo acompaña mi primer respiro fuera del autobús. Después de varios segundos el frío comienza a calar, tipo de esas ocasiones en las que se te entumen los músculos, te tiembla los labios y no hay nada más reconfortante que una pequeña dosis de calor humano proveniente de un abrazo, pero nada de eso hay para mi en esta ocasión. Decenas de autobuses yacen estacionados en el amplio estacionamiento, provenientes de diferentes lugares: de cerca, de lejos y de muy lejos.
El estacionamiento sirve de campamento también, casas de campaña armadas que son refugio de aquellos que esperan el amanecer para seguir su peregrinar, hay algunos otros que, a falta de una casa de campaña, unos buenos cartones y los más gruesos cobertores los ayudan a apaciguar el feroz frío de la madrugada, otros tantos se ayudan con una buena fogata.
Emprendemos camino hacia el Templo, absortos en la plática y avanzados ya varios metros algo atrajo mi atención. A mi lado izquierdo ahí estaba la "que alumbra el callejón", la Luna nos dio la bienvenida, se había pronosticado que la noche anterior estaría más cerca de la Tierra y por lo mismo la veríamos más grande que en otras ocasiones.
Lo mejor fue verla mientras el autobús recorría la carretera, no había luces, sólo las delanteras del camión, que lograran opacar la belleza de este astro. El frío dejo de ser molesto después de caminar por varios minutos. El camino que lleva desde el estacionamiento hasta la Basílica se encuentra revestido por puestos que tienen desde la venta de piratería, sombreros, más piratería, ropa, petates, más piratería, cadenitas, dulce, chicles, recuerdos de la ciudad, más piratería.
Aún no son las siete de la mañana y es imposible entrar al Templo. Un buen cafecito hace acto de presencia, calma el frío y relaja el cuerpo, mientras esperamos turno para entrar a ver a la Patrona del lugar. Sorbo algo de mi café, y como me pasa a menudo, me quemo la boca, hago a un lado el vaso de café y me dispongo a observar: puestos de más comida, de yerbas aromáticas y dulces en almíbar; hay gente que ha acampado en el jardín de la Basílica, familias que comparten un pedazo de cartón y una cobija, pequeños que se encuentran escondidos dentro de montañas y montañas de zarapes; en alguna parte de la plaza se escucha música dedicada a la Virgen, a lo lejos se escucha el arribo de una danza (apaches vestidos con diminutas ropas, que hacen pensar que la Fe los ayuda a soportar el frío). Me termino mi café y me indican que es hora de acercarnos a la entrada para lograr colarnos y recibir la bendición.
Lo propio es hacer fila por la puerta principal, hacemos trampa y nos colamos a la fila. Una combinación de olores llegan a despertarme por completo (sudor de no sé cuantos días de añejamiento); voces, risas, llantos, murmullos de todo se escucha, reina la voz del sacerdote que no para de hacer la recomendación de cuidar las pertenencias en momentos de aglomeración pues señala que hay personas que acuden a estos eventos con el único objetivo de robar, ante esto no puedo evitar pegar más a mi cuerpo mi bolso.
El apretujadero no se hace esperar, paso a pasito avanzamos, pegaditos unos con otros, ejerciendo un poco de presión, pues todos quieren llegar al altar. Con imágenes en mano, con cristos pegados al cuerpo, ramos de manzanilla por lo alto, todos atienden las lecturas del misal. Aunque hay algunos que aprovechan el poco espacio existente entre cuerpo y cuerpo para hacer de las suyas, la pareja que está a mi izquierda no pierde el tiempo: una que otra palabra juguetona al oído (me supongo por el reaccionar de la chica), una mordida en la oreja, y de ahí un pequeño recorrido por la parte trasera del cuello con la lengua. Pienso para mi - Si mi abuela viera esto ya le habría dado un infarto- río para mi, y vuelvo la vista la frente.
Alrededor de 45 minutos duró nuestro recorrido de la puerta principal al altar, recibir la bendición de Sacerdote y salir por una de las laterales de la Iglesia. Sin escuchar antes por última vez la recomendación del Padre con respecto a los amantes de lo ajeno.
Calor de medio día, el sol a todo su esplendor, vientecito que sabe a gloria después de haber subido. La mayoría busca un refugio bajo la poca sombra que se puede encontrar. Unos cuantos se tiran en el suelo mientras recuperan la temperatura normal de su cuerpo, así como el ritmo del corazón. Otros visitan las imagenes presentes. Unos más aprovechan la ocasión y el lugar para tomarse la foto del recuerdo. Los pequeñines hacen uno que otro berrinche a causa del insoportable calor. El regreso es más sencillo y aún más fácil si para calmar el calor te tomas una cervecita, es como volver a la vida en medio de un sauna.
La hora de las compras llegó, puestos y puestos y más puestos repletos de dulce de guayaba en varias presentaciones y diversos precios. Los hay desde tres rollitos por 20 pesos, rollo de kilo por 20 pesos, relleno de cajeta por 25 pesos, la docena de chicles a 10 pesos. Los escapularios, las lámparas, las flores, los rosarios, los llaveros, las estampas relacionados con la Virgen y con otros santos. Pero también infinidad de artículos que nada tienen que ver con la religiosidad del lugar.
Después un largo pero agradable día llegó el momento de descansar un poco bajo la sombra de los árboles del parque, antes de volver a subir al camión que nos llevaría de regreso a casa. Lo siguiente después de abordar el autobús fueron siete horas más, destinadas a achatar lo que ya está más que achatado. : )
Después un largo pero agradable día llegó el momento de descansar un poco bajo la sombra de los árboles del parque, antes de volver a subir al camión que nos llevaría de regreso a casa. Lo siguiente después de abordar el autobús fueron siete horas más, destinadas a achatar lo que ya está más que achatado. : )