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domingo, 25 de abril de 2010

Toda una vida en las Guásimas Colima

Por: Nalleli Patricia Falcón Álvarez

“Me llamo Ángela Ramírez, he vivido aquí casi toda mi vida, hasta que no me echen al pozo…yo creo que no falta mucho para que llegue ese día,ya tengo 79 años.”

Es un día soleado, con un calor agradable; sentada afuera de su casa, en compañía de su esposo se encuentra doña Ángela, a la espera de una sus nietas. Señora de estatura baja, de complexión rellenita, su rostro transmite tranquilidad e inspira confianza y ternura. Con escasa cabellera su cabeza la adorna con dos pequeñas trenzas que ahora son delgadas, pero que en su juventud estuvieron llenas de color y espesor.

Nació en un poblado ubicado al otro lado del río salado, pero años más tarde, ella y su familia cambiaron de lugar de residencia, “Mi papá nos trajo para acá, cuando llegamos no había nada, sólo había como seis o siete casas, y algunas ramaditas y casas de pasto; no había banquetas, las calles no estaban empedradas y todo estaba cubierto de tierra… No se llamaba Las Guásimas, se llamaba Las Borregas, dicen que porque antes vivía aquí un señor muy rico que tenía muchos borregos y vacas, pero cuando llegamos él ya no estaba aquí; y como la gente que se vino para acá la mayoría era del pueblo que estaba del otro lado del río el Salado y que se llamaba Las Guásimas, decidieron ponerle el mismo nombre.”

En este lugar doña Ángela conoció a Simón Ruelas Cerda, quién unos años más tarde se convertiría en su marido y en el padre de sus hijos, “Él andaba trabajando aquí, en el campo, sembrando y cosechando maíz. Lo conocí y nos hicimos novios, duramos así por dos años. Yo no me quería casar porque él era viudo y ya tenía familia, pero a fin de cuentas me casé con él.”

Con cuatro hijos de su marido y cinco que tuvieron juntos, doña Ángela comenta que fue algo difícil realizar todas las actividades que implicaba tener 9 hijos y atenderlos a todos, “Pues yo tenía mucha raza…cuatro ajenos y cinco míos y a todos cuidaba, la verdad no sé como le hacía… a diario molía el nixtamal para hacer tortillas, bajamos hasta la barranca por agua.”

Ya estando casada doña Ángela sufrió la pérdida de su padre, quien falleció, provocando que ella cayera en una depresión un tanto difícil de superar “Cuando se murió mi papá agarré el vicio de tomar y fumar, diario por la mañana me tomaba una cerveza y me fumaba un cigarro. Hasta que un día mi esposo me llevó con el doctor y éste me dijo que ya no anduviera tomando ni fumando porque eso me iba a afectar los pulmones, me dio medicina y me prohibió que tomara y fumara, diciéndome que si lo hacía me iba a morir… me acuerdo que los hijos de mi marido se burlaban de mi porque me sentaba a tomar y a fumar.” Platica con una sonrisa en su rostro, talvez avergonzándose un poco por lo que hizo aquellos años.

Otro episodio difícil por el que tuvo que atravesar y con el cual peligró su vida, fue cuando dio a luz a su primer hija, “De joven era yo muy trenzada, pero me dio una fiebre, disque la fiebre puerperal – también conocida como fiebre postparto, producida por una bacteria que ocasiona una infección en el aparato genital femenino después del parto – se me empezó a caer mi pelo. Cuando tuve a mi primer criatura, me enfermé, casi me moría… mi marido era el que cuidaba a la niña… me llevó al doctor y con mucha medicina me curé. Dicen que me dio porque antes de tener a la niña comí caldo de res y me enojé y eso fue lo que me hizo daño.”

De sus hijos ahora doña Ángela tiene nietos y nietas, pero al platicar de ellos no puede evitar que en su rostro se dibuje una expresión de tristeza y que su voz cambie de tono, “Tengo muchos nietos y nietas, pero como si no los tuviera, porque ni siquiera lo miran a uno, pasan y no saludan, como si no existiéramos. Yo no sé como hay nietos tan cariñosos, pero los míos no son así.”

A pesar de contar con parcelas de pitayas y nopales y otras de diferentes usos, debido a la salud de su esposo, ya no se pueden encargar directamente de ellas, y ahora es uno de sus hijos quien se hace cargo de ellas, “Ahorita vendo cosas que pido fiadas: cerveza, papitas, refrescos, dulces y cacahuates, me los dejan y a la semana vienen y les pago, de ahí saco aunque sea para comprar las tortillas.”

Su cuerpo ya denota cansancio, pero su rostro dice otra cosa, pues se puede ver que aún tiene fuerzas para seguir en este mundo que tanto le ha dado y a la vez le ha quitado y negado cosas, “Pues aquí seguimos, vivimos malos, aliviados, pero ahí andamos.”

Entrevista realizada en noviembre de 2007

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